SOS por la identidad de la Barceloneta

SOS por la identidad de la Barceloneta

La nueva junta de comerciantes del barrio marinero reclama un plan para preservar la calidad y equilibrio de su oferta

El paseo de Borbó sigue perdiendo operadores locales y crecen los negocios enfocados solo al turista y la rentabilidad

Patricia Castán

Uno de los kioskos de la Barceloneta repleto más de suvenirs que de prensa, la semana pasada. / ÁLVARO MONGE

El guión estival de la Barceloneta es casi idéntico hace años: invasión turística, incivismo, problemas de movilidad, mercantilización de sus viviendas, inseguridad... y tantos efectos colaterales de una ubicación privilegiada en primera línea de mar de una ciudad de moda. Pero algunos de los cambios que entraña esta sobredosis de visitantes deja una huella que va más allá de la temporada alta,  y se traduce en la tendencia a la monotematización comercial (en torno a la hostelería y los suvenires o utillaje playero) y la paulatina pérdida de los establecimientos de barrio o con solera. Con este panorama, la renovada junta de la Associació de Comerciants i Industrials de la Barceloneta (ACIB), reivindica un plan "de la mano" del ayuntamiento para mejorar la calidad y variedad de su estructura comercial. El barrio marinero pierde a marchas forzadas parte de su identidad, y acaso el paseo de Joan de Borbó sea el escaparate más evidente.
Un paseo por la zona, sorteando patinetes, viajeros en bañador y 'top manta', exhibe tras la sobreocupación de la vía pública la incomprensible falta de control en la oferta comercial. Así, mientras el ayuntamiento busca una solución al conflicto del ordenamiento de las terrazas en su paseo principal (el colectivo de invidentes no es partidario de mantener las mesas y sillas pegadas a la pared -como hasta ahora-, y los operadores ven inviable situarlas junto a la calzada -según normativa- ante la gran afluencia de viandantes que haría difícil servir a las terrazas), el paseo de Joan de Borbó sigue ganando establecimientos vinculados a la gastronomía y la alimentación, cuyos veladores lucen aparatosos atriles, estridentes fotos de los platos sugeridos y los famosos captadores de clientes en pleno paseo, que tantas veces se ha intentado erradicar.
El nuevo presidente de ACIB, el empresario e hijo de la Barceloneta Sergi Ferrer, enfatiza que el problema no es solo del paseo, sino también de todo el entramado del barrio. Acaso en esa primera línea comercial sea más fácil apreciar que solo media docena de restaurantes son autóctonos, mientras que decenas han sido adquiridos por operadores -casi siempre paquistanís- que suelen limitarse a repetir la fórmula que han adquirido, con más o menos fortuna. La proliferación de menús baratos genera una competencia de captadores por atraer clientes carta en mano a cualquier hora, a sabiendas de que un guiri cenará paella sin mirar el reloj, pero sí el precio.
Ferrer, preocupado porque la actual renovación de las licencias de terraza no alcanza hasta la próxima primavera, como es habitual, sino solo hasta final de año, defiende una ordenación a gran escala de la zona. Empezando por las terrazas (sin pizarras multicolor y otros elementos antiestéticos) y siguiendo con el equilibrio de la oferta comercial. Como ejemplo cita las cuatro ferreterías que curiosamente se han abierto en pocas semanas en el barrio donde antes había colmados regentados por inmigrantes, o la transformación de cuatro de sus kioskos del paseo en meras tiendas de suvenires, ya que esta oferta supera con creces la de prensa. "Las inspecciones se limitan a los límites de mesas y sillas, pero otros muchos aspectos están sin ningún control en estos momentos".

Verano complicado

Una coyuntura que invita a pensar en un verano que vaticinan -con relevos en el gobierno municipal y resaca postelectoral- complicado. La situación al otro lado del paseo, a rebosar de 'top manta' ha mermado, además, la afluencia de compradores, ya que "es imposible cruzar al otro lado y muchos paseantes llegan hasta el mar sin pasar por el barrio, ha afectado mucho a las tiendas". A resultas de esta ruta alternativa, mercerías o tienda donde se despachaban artículos para la playa han tenido que eliminar estos artículos de sus expositores. Mienrtras, proliferan las tiendas de patinetes, y el reciente cierre de una papelería se ha saldado con una nueva una pizzería, entre un sinfín de ejemplos.  
Su preocupación la comparte la asociación de vecinos de la Barceloneta ante otros frentes abiertos: inseguridad, incivismo y problemas de movilidad, relata su vicepresidente, Manel Martínez. "Necesitamos más policía para frenar el repunte de la drogadicción en algunos parques y los hurtos violentos en la calle, más control de los vehículos que circulan por aceras o sin permiso (abundan los trixis sin identificar), y recursos ante la proliferación de personas que pernoctan en la vía pública o parques", relata.
El fenómeno del alojamiento turístico ilegal avanza también hacia la explotación de habitaciones, lo que hace que ahora vean trasiego de maletas pero sea más difícil identificar a los operadores ilegales.
Aún con todo, el mensaje de sus residentes y comerciantes es tan combativo pero esperanzado como siempre. No quieren perder un barrio que se lleva en las venas, sino recuperar sus valores. Aunque saben que los disparatados alquileres de locales (en el paseo se pueden pagar 12.000 euros al mes por un gran espacio) son un hándicap para cualquier operador que valora más el producto que la facturación.

Brotes verdes en la mesa

Desembarcar en la Barceloneta con un negocio con mesas es hoy en día tan tentador (por su afluencia de potenciales clientes) como intimidante, dada la enorme presión de convivencia que vive el barrio y los disparados precios de sus locales en las calles más comerciales. En ese marco sorprende que en los últimos años los relevos estén protagonizados por inversores extranjeros con ganas de tomar la zona a golpe de talonario y de oferta prescindible.
Solo un puñado de brotes verdes saltan al ruedo con más ambición o gracia. Ninguno tan sonado como el chef Carles Abellán, que conquistó el paseo de Joan de Borbó y una estrella Michelin con La Barra, que recientemente se ha mudado al Hotel W en busca de más espacio. Desde el año pasado, pocos relevos -amén del puñado de establecimientos autóctonos y arraigados que sacan pecho- atraen a los barceloneses. La muerte del mítico Can Manel dio paso a una reforma integral de un espacio que se había quedado muy anticuado y que ha renacido con una gran apuesta como Bivio, de la mano del Grupo Degusplus, que tiene otros negocios en la ciudad y ha querido mantener la tradición arrocera de la zona, aunque dando peso también a carnes y pescados a la brasa y a la pasta fresca. Ha surgido con fuerza como uno de los más bonitos de la zona, y reforzado por una nueva terraza, sin las estridencias del entorno. Cuentan que el público patrio es fiel a su sala cava más privada, casi un oasis en el trajín del paseo.
En el otro extremo del eje, hace un par de meses sorprendió la apertura de Colibrí, un sello que nació en los años 40 en el Raval, y el chef y antropólogo Sergio Gil (Grup Taberna y Cafetín) rescató hace unos años. Harto de la delincuencia de ese barrio, relata, se ha refugiado en la Barceloneta en formato de bodega mediterránea, con una decoración llena de simbología de los 60, guiños nostálgicos y hambre de bar de siempre. Curiosamente, el actual titular del local es un inversor foráneo que ha preferido primar la calidad y la identidad que las clonaciones de bajo perfil. Fichó a Gil, creador de la gastropología -el cliente vive una experiencia social y cultural en el microcosmos de un bar o restaurante-, que se zambulle en la tradición local y su propio ADN retro -y antigentrificador- a la conquista del público local. Imperan de bombas de la Barceloneta a arroces y tapeo de proximidad, regados con variadas cerveza y amenizados por el coro La Salseta, parando el tiempo.